Generar valor agregado a partir de las pérdidas y desperdicios, desarrollar ingredientes funcionales y aditivos especializados, promover la agricultura urbana y utilizar nuevas tecnologías para el control de los cambios en el clima son algunas de las tareas que se plantean para que aumenten las exportaciones de alimentos.
Ya son varios los expertos que señalan que si las exportaciones de alimentos crecen sostenidamente, a una tasa de entre 8% y 10% anual, en una década podrían convertirse en el primer ingreso de Chile. El desafío no es fácil. Para que se cumpla, el sector agroalimentario tiene un largo camino por recorrer en materia de innovación.
«La minería no tiene ninguna posibilidad de aumentar a la tasa en que lo están haciendo los alimentos. En 10 años más vamos a estar en 30 mil millones de dólares. Los alimentos son el futuro de Chile en cuanto a desarrollo económico», sostiene el fundador de Innspiral, Iván Vera, uno de los principales impulsores de la innovación en las empresas agroalimentarias.
No es que este proceso de innovación no se haya hecho antes, ya que fue lo que permitió que entre 2004 y 2010 se doblaran las exportaciones de alimentos. Esta es un área muy dinámica por las cambiantes condiciones que imprime la competencia en los mercados. Eso hace que la necesidad de mejorar en eficiencia y calidad, mediante nuevos procesos, con tecnologías de última generación, sea permanente.
Este proceso es indispensable para que el país crezca y pueda seguir posicionándose dentro de los primeros exportadores de alimentos del mundo, explica María José Etchegaray, directora ejecutiva de la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) del Ministerio de Agricultura.
«El sector agrícola es heterogéneo y diverso, por lo que la innovación ha sido más dinámica en unos sectores que otros», señala Etchegaray.
Mientras que en la fruticultura y la agroindustria los avances han sido notorios -lo que ha permitido que las exportaciones aumenten de 1,44 millones de toneladas en 2000 a 2,84 millones de toneladas en 2017-, hay otras áreas, como las del uso de los residuos y desarrollo de ingredientes funcionales y aditivos especializados, que todavía tienen desafíos pendientes.
PÉRDIDAS CONVERTIDAS EN GANANCIAS
En una agenda con hojas amarillas, naranjas, celestes y verdes, Andrés Barros tiene anotado el que para él es el principal desafío en innovación agrícola: generar valor agregado a partir de las pérdidas, residuos y desperdicios.
«Somos grandes productores del hemisferio sur, exportando al hemisferio norte, donde está el 80% de la población del planeta, pero no tenemos un mercado local para hacernos cargo de las pérdidas o desperdicios», explica el gerente de Alimentos y Acuicultura de la Fundación Chile, quien enfatiza que la tarea está en generar una subindustria exportadora a partir de estos residuos.
«La idea es que los procesos productivos tengan la menor cantidad de residuos posibles y, si los tienen, que sean una forma de valorización u obtención de ingredientes de alto valor. Esto es lo que se llama economía circular, y quien lo ha sabido aplicar es Hortifrut, que ahora está sacando un té de hoja de arándanos», agrega Barros.
También en el Centro de Biotecnología de Sistemas de Fraunhofer Chile están trabajando para traer tecnologías desde Alemania para recuperar la fruta que no está 100% en condiciones de ser exportada y convertirla en una especie de cereal, a partir de puré de frutas, comenta su directora ejecutiva, Pilar Parada.
Esta innovación, señala, además de potenciar que los procesos productivos tengan la menor cantidad posible de residuos, permitiría que se generen nuevas industrias, lo que es fundamental para que el país siga creciendo y no se quede estancado en productos primarios.
EL FUTURO DE LA AGRICULTURA
«El año 2006 se produce un quiebre en el mundo que se mantiene hasta el día de hoy», comenta Pilar Parada, refiriéndose a la migración campo-ciudad.
Actualmente, más del 50% de la población vive en centros urbanos y se espera que para el año 2025 la cifra aumente al 75%, situación que, según Parada, podría significar la muerte de la agricultura.
En este sentido, uno de los grandes desafíos en innovación es convertir, a través de distintas tecnologías, los centros urbanos en lugares donde se puedan cultivar frutas y verduras.
«La idea es utilizar incluso los techos de las casas y las azoteas de los edificios para que la gente pueda producir su propio consumo», agrega.
Esta propuesta, de la que en Chile no se habla mucho, pero en Europa está pegando fuerte, permitiría no solo avanzar en seguridad alimentaria, sino disminuir la huella de carbono -que principalmente se debe al transporte necesario desde el campo a la ciudad- y fomentar una producción de alimentos más sustentable.
En la actualidad se contabilizan 39 huertos urbanos alrededor de la ciudad de Santiago, de los cuales el 36% se destina al autoconsumo, 24% a la educación, 15% a plantas terapéuticas y 14% son de carácter estético, según la ONG Red de Agricultura Urbana (RAU).